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sábado, 28 de noviembre de 2009

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGÓRIO

SAN ALFONSO MARÍA DE LIGÓRIO
Oigamos a San Alfonso María de Ligório (1696-1787), Doctor de la Iglesia, que nos da sabios consejos sobre la educación y los deberes de los padres con relación a la formación cristiana de sus hijos.
Así se expresaba el Santo:
Es cierto que la buena o mala conducta de los hijos proviene, la mayoría de las veces, de la buena o mala educación que reciben de sus padres.
Dios instituyó el matrimonio para que los hijos, guiados y formados por sus padres, Lo conozcan, Lo sirvan y se salven. Si no fuera así, permanecerían entregados a sí mismos, no teniendo nadie que los educara sobre qué deben hacer; nadie para advertirlos cuando cometieran un error o aún para imponerles una justa penitencia si fueran negligentes en corregirse a sí mismos.
Existen padres que parecen no preocuparse con el hecho de que sus hijos sean buenos o malos, estén en el camino de la salvación o de la condenación. Actuando así, los padres son normalmente causa de la mala vida de sus hijos, y deberán prestar cuentas a Dios por ello, pues, como decía Orígenes, "Ciertos padres, temiendo entristecer a sus hijos con represiones o puniciones, son la causa de su perdición".
A esos padres les preguntaría: si un padre, viendo caer a su hijo en un río, lo dejara ahogarse para no sujetarlo de los pelos y no causarle un ligero dolor momentáneo, ¿no estaría practicando un acto de crueldad? Pues bien, constituye una crueldad aún mayor dejar de reprender o incluso de castigar a un hijo vicioso por miedo a causarle algún dolor.
Cuando las buenas palabras y las reprimendas no fueran suficientes, es necesario, con la debida prudencia, recurrir a los castigos, y no esperar a que los hijos crezcan puesto que, después de llegar a cierta edad, será imposible corregirlos.
Pero se debe castigar a los hijos con moderación y no con exaltación, como hacen ciertos padres. Es necesario comenzar advirtiendo; enseguida, amenazar; por fin llegar al castigo. Hacerlo con cautela, sin insultos, sin palabras que hieran. Muchas veces bastará solamente privar al culpable de una salida, no darle su plato favorito o no dejarle usar la ropa que más le guste.
La regla es nunca castigar a un hijo en un momento de exasperación; ante todo, es necesario calmarse.